1. RELACIÓN CON EL PADRE
Desde muy pequeña Tomasa vivió intensamente su relación con
Dios, hasta adquirir un hábito de oración constante y profunda. Para Madre
Piedad Dios Padre era:
El Dios que la había elegido para que fuera santa y por eso
oraba y hacía orar:
"Orad para que el Señor me haga santa; nos haga santas
a todas"
El Dios presente. Madre Piedad vivía constantemente ante la
morada de Dios; y con sencillez lo afirmaba:
"Dios está conmigo…converso con El como si lo tuviera a
la vista"
El Dios providente. En El confiaba todo el momento:
"No se apuren – decía - . Dios puede más que
nadie"
"¿Cree vuestra caridad, que este rebaño no tiene
pastor?" ¡Tengamos confianza!"
El Dios a cuya voluntad hay que abandonarse porque es una
voluntad salvífica y amorosa:
"Mi querer – confesaba – es lo Dios quiere."
"Yo soy un poco de barro en manos del alfarero; lo
mismo me da ser olla que puchero"
El Dios al que es bueno decir "gracias" por todo:
"El Señor os reclama muy justamente una gratitud
esmerada. "No lloren por mi muerte…tienen que dar gracias a Dios".
En sus relaciones con el Hijo, Madre Piedad, quedó marcada
para siempre por aquella visión del Sagrado Corazón de Jesús tenida en
Barcelona en 1884.
Desde entonces estas relaciones con Cristo se orientan hacia
el símbolo del "Corazón de Jesús".
El Corazón de Jesús era para la Madre Piedad:
El libro de vida abierto en los brazos de la Cruz:
"En él aprenderéis – decía a sus Hijas – humildad,
obediencia, castidad"
El modelo al que Madre Piedad procuraba imitar en todo: en
el sufrimiento; en el modo de orar con los brazos en cruz; en el amor a los
pobres; y hasta en el mismo hecho de quiso parecerse a El, cuando levantándose
de la cama la Fundadora se vestía diciendo:
"Jesús murió en la cruz….yo no debo morir en una cama
sino en el suelo"
El centro de dinamismo vital, presente en la Eucaristía:
"Este corazón es centro de luz, de alegría, de
sabiduría, de paz, de esperanza y de vida"
Y a Él venía – junto al Sagrario – cuando la paz se turbaba,
cuando muchos desesperaban, cuando necesitaba luz para resolver los problemas
del gobierno.
"Vengo de mi oficina predilecta", decía después de
haberse pasado horas enteras ante el Sagrario. De ahí bebía la Fundadora su alegría.
"Antes de comulgar se la veía jubilosa…con una sonrisa
verdaderamente angelical" – confesó una de sus Hijas.
"Ven pronto…vámonos juntos, Señor", dijo Madre
Piedad, dando palmadas de alegría, cuando le presentaron el Viático, antes de
morir.
El refugio:
"No temo, no, esas borrascas mientras tenga para
refugiarme la llaga del Corazón de Jesús"
Y ahí, en medio de las dificultades, de las incomprensiones
y calumnias, en el dolor físico y moral, Madre Piedad supo encontrar serenidad
y paz.
El Arquitecto de las Comunidades Salesianas:
"El Corazón de Jesús es el Arquitecto de mi
Congregación; yo soy un insignificante móvil del que El se sirvió"
Y así lo dejó transparentar en el título de su Instituto
religioso:
"Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús".
Viviendo así sus relaciones con el Hijo, Madre Piedad se fue
configurando con El, viviendo en El. Por eso pudo exclamar un día:
"¡Qué bueno y qué delicioso es vivir en el Corazón de
Jesús"
No le faltó a Madre Piedad la asistencia del Espíritu, quien
la hizo partícipe de sus dones, y muy particularmente de:
El don de Consejo que Madre Piedad puso al servicio de sus
Hijas y "de los sacerdotes que acudían a ella a pedirle consejo".
El don de fortaleza. Y es aún su propio director espiritual
quien nos confía:
"Ingratitudes, desengaños, envidias, maledicencias,
difamación, calumnias…todo esto y más sufrió la Madre Piedad sin despegar los
labios, sin exhalar la queja”.
Fortaleza que se dejó sentir siempre en su acción apostólica
y de gobierno.
El don de profecía orientado especialmente a vislumbrar el
futuro de su Congregación, el futuro de las vocaciones de sus Hijas, y de los
sacerdotes, y el futuro de su propia muerte.
La discreción de espíritus.
El espíritu también se enriqueció con este don puesto de un
modo especial al servicio de la formación de los miembros de su Congregación.
Entre muchos citaremos solamente este testimonio:
"Pude observar en Madre Piedad un gran espíritu de
profecía…adivinando muchas veces mis pensamientos".
El espíritu actuaba en Madre Piedad, con sus dones y la
llenaba de sus frutos, manteniendo su alma siempre al ritmo del amor, para bien
de la Iglesia.
En María encontró siempre la Madre Piedad su propia Madre.
En ella vio la figura de toda religiosa consagrada a Dios y a la humanidad, el
modelo de toda virginidad y de toda maternidad espiritual, la abogada de
pecadores.
Un día dijo:
"La Virgen es Madre y abogada de pecadores"
Su devoción a María se exteriorizó en cuatro advocaciones:
-La Virgen del Carmen: a cuya orden quiso permanecer.
"No temo, no, las borrascas, mientras tenga para
refugiarme el manto de la Virgen del Carmen".
-Nuestra Sra. de Loreto, en cuyo colegio estudió cuando era
joven y cuyo nombre puso a alguna de sus fundaciones.
-Nuestra Sra. de Montserrat:
"Para ser peregrina no tengo necesidad de ir a
Montserrat" – dijo un día a D. Gualtero, su confesor de Barcelona - …
luego se arrepintió; fue siempre que pudo a Montserrat y prometió llevar allí a
las Hijas que componían la Comunidad de Alcantarilla en 1895.
-Nuestra Sra. de Lourdes que visitó en 1911 y a quien amó
como si fuera Bernardita.
Cuatro advocaciones que corresponden a cuatro experiencias
de su vida y que luego tradujo en admiración, devoción, oración, presencia.
María formaba parte de su vida.
Recordaba infinidad de veces a María, rezaba diariamente el
Rosario, los siete dolores y el Ángelus; visitaba los santuarios marianos
cuando tenía ocasión, hablaba de Ella con ternura, la hacía amar por sus Hijas,
por las niñas, por los ancianos, pensaba ante Ella en los pecadores. María era
algo normal, algo cotidiano, algo que formaba parte de su ser y de su vida.
María le reveló el día de su muerte.
María la Madre no fue insensible al amor de Madre Piedad y
tuvo con ésta una delicadeza maternal: la misma Fundadora lo dijo a Madre
Teresa:
"La Virgen del Carmen me ha dicho que de su mano me
llevará mañana al cielo".
Y así fue, contra todo pronóstico. Eran las 22 horas y 15
minutos del sábado 26 de febrero de 1916 cuando la Virgen se la llevó al cielo.
5. MIEMBRO DE PUEBLO DE DIOS
Amó siempre a la Iglesia, amó a los pastores, al Papa a
quien quiso visitar antes de morir, a los Obispos, a los Sacerdotes por quienes
sentía una veneración casi sacramental, a todo el Pueblo de Dios por el que
vivió, sufrió, oró, se consagró.
Consagró su persona y la puso al servicio del Pueblo de
Dios: su CASTIDAD.
Madre Piedad vivió plenamente su virginidad consagrada a
través de un amor entregado al servicio de Dios y del pueblo.
"Amad a Dios y al prójimo y después haced lo que
queráis, que el amor no os dejará hacer nada malo".
Su persona no era para ella, dejó transparentar su
maternidad espiritual, con tal nitidez que se la pudo llamar " Madre de
las niñas huérfanas", lo mismo que se la llamó "Madre de los
pobres", las niñas así lo percibían y así lo expresó una de ellas:
"Si al morir mi madre, me hubieran llevado al lado de
Madre Piedad, jamás hubiera notado la falta de mi madre"
Un alma y un cuerpo consagrados en plenitud de virginidad,
que Madre Piedad custodió celosamente con la modestia y la mortificación.
Consagró sus bienes y los puso al servicio del Pueblo de
Dios: su POBREZA.
No tenía nada, ni nada quería para ella. Si algo llegaba a
sus manos lo remitía a los pobres. Algunas de sus Hijas que la conocieron, no
dudan en afirmar:
"No tenía nada superfluo. Sólo lo necesario".
"Su bastón era una caña, ni siquiera disponía de
bastón".
"Iba más pobremente vestida que todas las demás".
Las fundaciones, la casa, el ajuar, la comida, todo era
pobre. ¿Afán de ahorro? Sí, pero para los pobres.
En principio nunca quiso fundar en grandes capitales, sino
en los lugares pobres, donde los pobres eran aún más pobres material, cultural
y espiritualmente.
Consagró su voluntad y la puso al servicio del Pueblo de
Dios: su OBEDIENCIA.
Madre Piedad tenía la experiencia de lo difícil que es
obedecer; lo había vivido en Bocairente y Canals al lado de su padre; lo había
sentido en Barcelona, con el Obispo y su confesor. Pero había llegado a
comprender que la obediencia la había llevado al camino trazado por Dios para
ella. Por eso vivió intensamente la obediencia, y enseñaba así a sus Hijas:
"La obediencia es el eje de los mundos".
"La obediencia es el eje de la vida espiritual".
"La obediencia es la madre de todas las virtudes".
Después de la experiencia de 1884, Madre Piedad obedeció
ciegamente a los Obispos:
"Aunque sus insinuaciones – dice don Sotero González
Lerma – parecieran contrarias al espíritu y al desarrollo de la
Congregación"
Consagró su misión y la puso al servicio del Pueblo de Dios:
su CELO APOSTÓLICO.
Amaba a los pobres porque eran pobres, pero más aún porque
eran los pobres del Señor y porque estaban llamados a salvar su alma. Este era
el fin principal de su vida y de su obra apostólica.
"Yo no quiero vivir, ni comer, ni trabajar, sino por Dios
y por las almas a las que amo con todo mi corazón"
Un día gritó:
"No mando a mis Hijas a pedir, sino a que den buen
ejemplo, a enseñar el Padrenuestro a quien no sabe y a dar la mano al
caído".
Así las Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús predicaban
el Evangelio por los caminos, por las calles y las casas de los pueblos y
ciudades, teniendo siempre presente aquellas palabras de su Fundadora:
"Hijas mías, tened mucho celo por la salvación de las
almas"
Consagró sus fuerzas y su sufrimiento y lo puso al servicio
del Pueblo de Dios en una constante lucha... contra el ENEMIGO.
Al "enemigo", el espíritu del mal tuvo que
enfrentarse Madre Piedad con valentía.
"El demonio – dijo su confesor – hacía a Madre Piedad
una guerra sin cuartel, exponiéndola a caídas y tropiezos de gran cuidado y
peligro".
"Hijas el enemigo me quería estrellar".
"Debió ser el enemigo que siempre quiere estorbar mis
planes, y aquí me tienen, sin poderme levantar".
Madre Piedad hizo la guerra al enemigo con su fidelidad a
Dios, con su fidelidad a los hermanos los hombres, con la proclamación del
mensaje de salvación que Cristo el Esposo le había mostrado y que ella había
experimentado en su vida.
Mucho sufrió, llevó su cruz en su cuerpo y en su espíritu,
en su hábito y en su nombre; ella – Madre Piedad de la Cruz –. Pero por la Cruz
de Cristo ella llevaba la salvación al Pueblo de Dios y ella se santificaba.
Esta es una de las virtudes que acompañarán a Tomasa Ortiz
Real a lo largo de toda su vida.
Para ella los pobres fueron sobre todo:
Los niños huérfanos, pobres e ignorantes, a quienes amó con
ternura y para quienes abrió sus fundaciones.
Las jóvenes abandonadas y obreras, para quienes instituyó: internados,
clases nocturnas, escuelas dominicales, talleres de confección, enriqueciendo
esta acción social con una acción de pastoral catequética y de oración.
Los ancianos desamparados y enfermos, por quienes aceptó
Asilos. Hospitales y a quienes sirvió e hizo servir con esmero.
Los pobres vagabundos, sobre todo aquellos que tenían taras
morales, para quienes se quitaban el pan de la boca.
Madre Piedad se ocupó de todos ellos y no olvidó a aquellos
que por circunstancias especiales se encontraban en dificultades en el trabajo
o en el matrimonio.
A los pobres dio siempre lo que tenía, aunque sus Hijas se
quedaran sin nada, confiando en Dios y en su Providencia.
"Padre – dijo un día a su confesor don Sotero González
Lerma -, soy pobre y no tengo nada que dar a los pobres; pero yo no puedo
darles dinero, les doy mi alma, mi amor…la limosna del amor vale más que la
limosna del dinero."
Ella cumplía así el cuarto voto que pedían a las Salesianas
las Primeras Constituciones: El voto de "amar y servir a los pobres".
No es extraño, pues que a Madre Piedad le impusiera el
pueblo el sobrenombre de "LA MADRE DE LOS POBRES".
Y no es extraño que las Salesianas siguieran el testimonio
de la Fundadora hasta la muerte. Casi en los comienzos del instituto, dos
jóvenes religiosas van a morir prestando un servicio heroico a los ancianos y
apestados: Sor Amparo, Villajoyosa, en 1898; y Sor Monserrat, en Jávea, en
1900. Por estos pobres, Madre Piedad formará a sus religiosas en la caridad, y
en la pobreza evangélica hasta el heroísmo...