M. PIEDAD DE LA CRUZ ORTÍZ REAL.
FUNDADORA DE LAS HH. SALESIANAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.
Piedad de la Cruz Ortiz Real, hija de José y de Tomasa,
nació en Bocairente, (Valencia) —España—, el 12 de noviembre de 1842, siendo
bautizada al día siguiente con el nombre de Tomasa. Ocupaba el quinto lugar
entre ocho hermanos.
En la escuela se distinguió por la piedad, la constancia y
el talento en la música, en el bordado y en la recitación.
A los diez años hizo su primera Comunión. Con mirada
retrospectiva ella misma narra así sus sentimientos: «Cuando recibí por primera
vez la Sagrada Comunión, quedé como anonadada y experimenté que Jesús me
llamaba a la Vida Religiosa». Este encuentro con Cristo en la Eucaristía la
marcó para siempre. Tomasa querrá ser del Señor y vivir para Él.
Completó su formación humana y espiritual en el Colegio de
Loreto que las Religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos tenían en Valencia.
Cuando pidió ingresar en el noviciado de ese Instituto, su padre, considerando
la situación política de la época y la juventud de Tomasa, la obligó a volver a
casa.
Tres aspectos caracterizaron esta etapa de su vida en
Bocairente: el espíritu de piedad y oración, su dedicación a hacer el bien a
los niños pobres, los ancianos y enfermos y el tesón en dar una respuesta a
aquello que sintió en su interior el día de la primera Comunión.
Por fin, Tomasa, parece que podría realizar el sueño de su
vida: Consagrarse al Señor en un convento de Carmelitas de clausura en
Valencia, pero una enfermedad, la obligó a abandonar el noviciado y volver a la
casa paterna. Una vez recuperada, hizo un nuevo intento de ingresar en un
convento de clausura y otra vez ocurrió lo mismo.
A través de estos acontecimientos, Tomasa descubrió que Dios
no la quería por ese camino. Ella le pedía ver claro cuál era su voluntad, y su
oración era ésta: «Tuya, Jesús mío, tuya quiero ser, pero díme dónde».
Con la certeza de sentirse llamada a una vida de especial
Consagración, pero con la duda de dónde la quería Dios, Tomasa se dirigió a
Barcelona. Allí, después de muchas dificultades, el Señor respondió a la
búsqueda vocacional de Tomasa haciéndola vivir una profunda experiencia
mística, en la que el Corazón de Jesús, mostrándole su hombro izquierdo
ensangrentado, le dijo: «Mira cómo me han puesto los hombres con sus ingratitudes,
¿quieres tú ayudarme a llevar esta cruz?». A lo que Tomasa respondió: «Señor,
si necesitas una víctima y me quieres a mí, aquí estoy, Señor». Entonces, el
Redentor le dijo: «Funda, hija mía, que de ti y de tu Congregación siempre
tendré misericordia».
Esta experiencia fue crucial para Tomasa, le dio tal
certeza, que jamás se borraría de su mente y de su corazón. Desde ese momento,
comprendió que Dios le pedía dar vida a un nuevo Instituto.
La interrogante ahora era dónde fundar, dónde dar respuesta
positiva a la invitación de Cristo a llevar la cruz de los más pobres, de los
que menos cuentan para este mundo. El Obispo D. Jaime Catalá fue quien le
indicó que le abriera el corazón a su confesor y que hiciera lo que él le
indicaba. Con este gesto, Tomasa, se sometió en fe a la Jerarquía de la Iglesia
para hacer la voluntad de Dios.
Las inundaciones del río Segura que en 1884 habían
destrozado la huerta murciana y la escasez de Congregaciones religiosas en esta
zona, hizo que la orientara hacia esos lugares de mayor necesidad.
En el mes de marzo, Tomasa, acompañada de tres postulantes,
salió de Barcelona camino de Puebla de Soto, a 1 km. de Alcantarilla, para
fundar allí, con la autorización del Obispo de Cartagena-Murcia, la primera
Comunidad de Terciarias de la Virgen del Carmen.
Los habitantes de la huerta murciana aún no se habían
repuesto de la tragedia de las inundaciones de 1884, cuando apareció el cólera.
Tomasa, —que por entonces había tomado el nombre de Piedad de la Cruz— y sus
Hijas se multiplicaban en el cuidado a los enfermos y a las niñas huérfanas en
un hospitalillo que ella llamó de «La Providencia».
Iban llegando otras jóvenes, atraídas por el modo de vivir
de aquellas primeras Terciarias Carmelitas. La Casa se quedó pequeña, hubo que
comprar la de Alcantarilla. También se estableció una nueva Comunidad en
Caudete... Todo hacía pensar que al fin, Tomasa había encontrado el lugar donde
llevar a cabo su vocación.
Sin embargo... de nuevo la cruz. Era el signo que ella había
pedido para saber que todo aquello era de Dios: «Fundar en tribulación» y el
Corazón de Jesús se lo concedió con creces.
Aunque la Virgen María ocupó un lugar muy importante en el
corazón y en la vida de Tomasa, su Carisma estaba centrado en el Corazón de
Cristo. Y... ¡designios de Dios! Aparecieron algunas tensiones entre las
Comunidades de Alcantarilla y Caudete, ya que la Congregación no tenía aún la
aprobación diocesana.
En el mes de agosto, las Hermanas de Caudete se dirigeron a
Alcantarilla y se llevaron las novicias, dejando a Madre Piedad sola con Sor
Alfonsa. Fueron días de mucho dolor. La Fundadora, como siempre, se refugió en
la oración, se postró ante el Cristo del Consuelo y allí permaneció horas y
horas clavada a sus pies. Sufre, pero no se rompe, porque la barquilla de su
vida estaba bien anclada en el Señor.
Una vez más acudió a la Jerarquía eclesiástica en busca de
orientación y de luz. Será el Obispo Bryan y Livermore quien envíe a Tomasa y a
su fiel compañera, Sor Alfonsa, al Convento de la Visitación de las Salesas
Reales en Orihuela para hacer un mes de ejercicios espirituales y para
proyectar una nueva Fundación, tomando como protector a un Santo Obispo. Es
aquí, donde el Espíritu Santo iluminó vivamente a M. Piedad, al tiempo que la
llenaba de fuerza profética, le mostraba su verdadero Carisma, y el título de
su Congregación, que estaría bajo el patrocinio de S. Francisco de Sales.
Y... llegó la hora de Dios. Era el 8 de septiembre de 1890.
Nacía en la Iglesia, después de muchas dificultades y tribulaciones, la
Congregación de Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús, una
Congregación donde el Corazón de Cristo quiere ser amado, servido y
desagraviado de las ofensas que recibe de los hombres. Y al amar, servir y
desagraviar, ver el rostro del Señor en las niñas huérfanas, en las jóvenes
obreras, en los enfermos, en los ancianos abandonados... y ayudarles a llevar
la cruz.
Nos legó su propio Carisma: Hacer sensible ante los hombres,
especialmente pobres, el amor del Padre Providente, manifestado en el Corazón
misericordioso de Jesús abierto en brazos de la Cruz.
Aunque toda la vida de Madre Piedad fue una renuncia al
mundo, no por eso había «huido» del mundo, sino que seguía en él haciendo el
bien y luchando contra el mal. Testigos de ello fueron tantos matrimonios rotos
o a punto de romperse, tantas jóvenes a las que iba a buscar a las fábricas
para formarlas en la escuela dominical, niñas sin hogar a las que amó
entrañablemente, ancianos solos, enfermos ...
Vivió pobre y murió pobre, sentada en un sillón, porque
«Aquel —decía señalando el Crucifijo— murió en la cruz y yo no debo morir en la
cama, sino en el suelo». Expiró con el crucifijo en los labios y en la santa
paz de Dios. Era el sábado, 26 de febrero de 1916.
La gente sencilla exclamaba con profundo sentimiento: ¡Ha
muerto una santa! ¡Ha muerto nuestra madre!
El día 6 de febrero de 1982 tuvo lugar en la Diócesis de
Cartagena-Murcia la apertura del Proceso de Beatificación y Canonización de la
Sierva de Dios.
El día 7 de mayo de 1983 fue clausurado dicho Proceso,
pasando a Roma, que aprueba la validez del mismo el 3 de febrero de 1984.
Después de un estudio exhaustivo sobre las virtudes
practicadas por Madre Piedad, el 1 de julio de 2000, en el Vaticano, en presencia
de S.S. Juan Pablo II, se dio lectura al Decreto de reconocimiento de Virtudes
Heroicas, y el 12 de abril de 2003 al Decreto sobre el milagro, dando paso así
a la Beatificación en Roma el 21 de marzo de 2004.